lunes, 16 de abril de 2012

TERRASSE DU CAFÉ LE SOIR

Acabo de recordar aquel día. Justo ahora, mientras espero nervioso mi refill de americano; una mano temeraria que disfruta paseando la jarra por encima de mi Laptop sin consideración alguna, mientras su portadora observa lo que escribo y ruego a Dios que no lo tome personal y origine un “accidente”. Le devuelvo la sonrisa confidente, como si en verdad disfrutara su osadía... -chismosa-. Ah, sabes que a veces soy de un humor muy mordaz. Pero te decía; acabo de recordar aquel día, justo antes de que me interrumpiera la pequeña fisgona que gusta de husmear en el ordenador de los clientes, una chica de brazos rechonchos y débiles que apenas soportan la jarra de café. Es curioso, pero esta niña se parece mucho a la mesera de aquel día. También esa vez escribía en computadora. Bueno, en realidad no escribía, sólo estaba estático como idiota esperando a que algo se me ocurriera y entonces te vi. ¿Lo recuerdas? Bueno, desde luego no recuerdas eso, todavía no te hablaba. Nuestras vidas iban aún por caminos diferentes. Qué curioso es posarse en el instante previo al momento que podrá cambiar todo el rumbo de una vida, pues, todo sería de otra manera si no te hubiera hablado aquella vez. ¿No lo has pensado? Mejor no lo hagas, a mi me da terror. Te veías tan linda leyendo Cronopios y famas. Cada que reías me intrigaba saber en qué parte estabas; leyendo telegramas, aprendiendo a subir escaleras, descubriendo que alguien podría llevar el apodo de “ánfora etrusca”; me encontraba completamente embebido con tu sonrisa, tus labios, tu boca, tus hoyuelos; tan embebido como ahora que te contemplo en el recuerdo, mientras sorbes de tu latte y paseas una mirada distraída por la terraza.
    ¿Recuerdas cómo me acerqué a hablarte? Dejé mi lugar sin preocuparme un momento por la computadora y me dirigí hacia ti. Creo que lo hice muy deprisa, porque, cuando estuve frente a tu mesa, me miraste consternada mientras te inclinabas hacia atrás, pero mi fascinación por el gigante porteño eliminó hasta la última partícula de vergüenza que  pudiera sentir por interrumpirte. Te pregunté por el libro, te hablé del autor sin pretender ser un erudito sino nada más que un buen fan; sólo hablé y hablé y hablé. Tuve tanta suerte de que no conocieras al señor Julio, y ahora lo agradezco. De veras, aunque te lo reproche para molestarte. Y recuerdo cómo, después de la sacudida que te dio mi llegada, te fuiste relajando y empezamos a conversar. Cuando me di cuenta Cortázar había desaparecido completamente de la conversación; el tema era tu aroma, tu mejilla, tus nervios; el tema era me gustas, tus chapas, tu teléfono.
    ¿Cómo puede ser que no lo recuerdes? Es mentira, ¿no? Pasar toda una vida con alguien para enterarte en un momento que no recuerda el día en que se conocieron. Es broma, ¿verdad? Yo no podría olvidarlo. De aquél día saqué el nombre de nuestras hijas. Te lo había dicho, ¿no? No, creo que no. Pero es que a veces son tan divertidos tus celos. ¿Quién es Gabriela?, ¿Quién es Isabel? Hemos discutido tanto por eso. Si no fueron importantes para ti, ¿por qué quieres nombrar a nuestras hijas como ellas? En momentos lo he llevado hasta el borde de la ruptura, pero siempre creí que algo tan tonto no podría separarnos, y no lo hizo. No te enojes, sabes que tuvo gracia. Esos nombres salieron de imaginarte, de suponerte; mientras fantaseaba con una vida contigo, pensaba -Isabel; tiene cara de Isabel. Bueno, no; más bien se ve como Gabriela, seguro se llama Gabriela-. Y eso no lo puedes refutar. Tú misma me dijiste alguna vez que hubieras querido llamarte así, y yo pensé; pues claro, sería lo más natural. Nunca he entendido por qué, si uno tiene cara de Carlos, los padres se aferran en llamarlo Jorge. Pero así es la vida.
    Seguiré recordando aquella vez en que sucumbiste a mis encantos. ¿Qué? ¿Que no fue así? Pero, ¡si tú ni siquiera lo recuerdas! Está bien, está bien; es que es tan común que la memoria pierda piezas y complete el cuadro a su gusto. Ya sé que no soy un tipo seguro, pero me gusta pensar que alguna vez lo fui. Total, los recuerdos son de uno y puede moldearlos a su antojo. Sabes que siempre me ha pesado ser tímido, pero al menos ese día me acerqué. Me da tanto gusto haberlo hecho. ¿Qué importa ser tan nervioso si puedes sobreponerte a ello en el momento que decidirá toda tu vida? Ese instante determinante, tan presente ahora. Y aún te siento cerca y me ruborizo; me aterra la idea de que sepas lo que pienso; bueno, lo que pensé. Me aterraba de veras. Y eran pensamientos tan inocentes, tan de mano sudada y besos sin lengua, que ya no sé si lo que me avergüenza es la inocencia de esos pensamientos, su exceso de pureza tan infantil.
    ¿Entonces cómo fue que nos conocimos? Lo recuerdas, ¿no? Creo que notaste que no dejaba de mirarte, y en un principio eso me aterró. ¿No lo notaste? Tuve esa impresión. Es curioso que uno pueda ponerse tan nervioso al dar por hecho algo que en realidad no está pasando.
    Demasiado café, debo ir al baño; le encargaré la Laptop a la mesera. Ya que estás aquí debería encárgatela a ti, ¿no? ...Jajaja, como si se pudiera. Espera; fue así, ya lo recuerdo. Me paré al baño, más con el pretexto de mirarte de cerca que por la presión del esfínter, y te miré sin detenerme todo el camino esperando a que voltearas, y lo hiciste, y me sentí tan estúpido. Esperaba saludarte como si cualquier cosa cuando me vieras, pero me congelé y bajé la mirada. Me sobrepuse y la levanté de inmediato, pero era tarde. Para mí siempre era tarde, siempre estaba un paso atrás, también aquella vez, con la mano parcialmente levantada hacia la nada. Hasta recuerdo el gesto de condescendencia de un tipo ubicado dos lugares atrás que vio todo el numerito, y me enojé tanto; no con él, conmigo. En esos días me enojaba seguido por la misma razón, odiaba mi cobardía.
    ¿Tampoco notaste nada de eso? Recuerdo que estaba tan enojado que ya ni siquiera quería hablarte, quería salir de ahí y olvidarlo todo, pero; al cruzar el pasillo de nuevo, te miré de perfil, te vi tan extraordinariamente linda que me dolió, me dolió pensar en ceder, pensar en sólo hacerme a un lado y no volver a mirarte. Dolía de verdad, porque, por extraño que parezca, te vi y lo supe, supe que eras tú con quien debía pasar el resto de mi vida. De alguna manera sabía que si te dejaba ir lo lamentaría siempre, pero mis nervios me parecían demasiado grandes; la angustia era tanta que me estaba haciendo un nudo en el estómago porque, por más que buscaba, no encontraba fuerzas para dirigirte la palabra y sabía que no podía salir de ahí. Por eso al principio no noté que, mientras sentía todo eso, permanecía petrificado frente a tu lugar, hasta que volteaste, sonreíste, regresaste a tu lectura y volteaste de nuevo con un gesto interrogante; y al fin se dio. Claro, ya te acuerdas, ¿no? Es cierto, solté un “hola” que de inmediato se notaba obligado por la circunstancia, pero tú no te mostraste muy amable y estuve a punto de seguir mi camino hasta que, al fin, me le emparejé al destino y pregunté por tu libro, y te escuché como si no supiera de qué me hablabas, luego me relajé un poco y comencé a hablar del libro también, y quisiera no haberlo hecho porque sonaba tan pretensioso corrigiéndote detalles de la vida de Julio. Sí, lo sé, como uno de esos universitarios pedantes. Todos tenemos defectos, ¿no? Algunos beben, yo acostumbro alardear de cosas que no sé. Pero no lo notaste, ¿verdad? Esa cualidad femenina de hacer a un lado las cosas insignificantes.
    ¿Recuerdas la primera cita? No, no me refiero al día del parque. ¿No recuerdas el billar?, ¿nuestro primer beso?, ¿cuando me recargué en la mesa y rasgué el paño y salimos corriendo y nunca más volvimos al lugar? Ah, es cierto, la primera cita sí fue la del parque. Pero, ¿no podemos omitirla?, ni siquiera me atrevía a mirarte a los ojos. Estaba tan nervioso que te tiré en los arbustos cuando me empujaste jugando. Siempre me pasan cosas así. Ya sea que te fuera a saludar y te diera un cabezazo, o que te pisara al bailar. ¿Qué? ¡No, esperaba que no recordaras eso! Yo sólo quería acariciarte el cabello y por poco te dejo miope. Jajaja, sí, no fue tan malo en realidad. Hablamos como piratas durante dos semanas. Fue en esa ocasión cuando jugábamos con el perico de tu tía y olvidé cerrar la jaula, ¿no? Es cierto, tuve un buen pretexto para defenderme. Cualquiera olvidaría regresar a ver a la mascota si se entera de que va a ser padre. Sabes, me encantaba cómo lucías gordita, y abrazarte por la espalda y sentir los movimientos de mi hija. Adoraba esos días en que dormía abrazado a tu cintura, con el oído pegado a tu vientre.
    Sí, imaginarte gordita. Pero eres muy delgada, serías una cuerda con nudo.
     Eras una cuerda con nudo…
     ¿O serías?...
     ¿Cómo serías? ¿Dónde estás? ¿Por qué ya no te puedo imaginar? ¿Por qué?...
     ¿Por qué una vez más permanecí sentado en esta esquina del café? Pero te espero, tal vez tu recuerdo sólo fue al baño, tal vez…
     Todo podría ser tan perfecto, si tan sólo... pero no lo es. No lo es y estoy arto de engañarme. Si tan sólo me hubiera parado, ya no tan decidido a enfrentarte como quien lo hace casi a diario; si tan sólo me hubiera acercado, tal vez al pararme al baño, tan sólo un “hola” cobarde. Tal vez hubiera sido suficiente.
     Pero aún puedes estar en el baño, ¿no? No pude estar tan distraído como para no verte salir, a ti; Isabel, Gabriela, como sea que te llames.
     No pude estar tan distraído... pero siempre lo estoy. Y no sales del baño. Por favor, sal de ahí. ¿Por qué no sales?
     A quién engaño, no estas ahí, ya no estás aquí en el café. Una vez más me perdí en mis pensamientos. Ya no importa si tenemos una hija, dos o sólo un gato. Ya no importa si tu tía tiene un perico, si acaso tienes tías o si te gusta el billar. Ya no importa, nunca lo voy a saber. 

sábado, 23 de octubre de 2010

UNA BOLA DE PAPEL BABEADO

¡Hola fart! Son las 4 de la mañana y ya me cansé de contar los granitos del techo; te escribo porque tuve una pesadilla y no puedo dormir. ¡Imagínate qué habré soñado para que de plano prefiera escribirte que volver a acostarme! ¿Ya te lo imaginaste? ¡Adivinaste, salías tú! ¡Qué miedo! ¿no? Ni dormida me dejas en paz.

¿Oye, sabías que los converse azules se vuelven amarillos si los sumerges en cloro? Saúl me dijo que se pondrían verdes, pero bueno... no se ven tan feos.

¿Cuándo regresas a la escuela? Tiene casi dos meses que no te apareces. Acá no hemos visto nada importante, pero no tengo a quien molestar. Es final de semestre, ya ves que estos días son de chocolate. Ah, ayer vimos frases que dicen lo mismo al derecho y al revés; como: “Anita lava la tina”, o “¿Acaso hubo búhos acá?” Estuvo interesante, pero no sé de qué nos puede servir; al final todos empezaron a decir idioteces y nos reímos tanto que a Daniela se le salió el jugo por la nariz.

Ya sé que estoy diciendo pura tontera, pero la falta de sueño no me deja pensar bien; además tú tienes la culpa de que me ponga a hacer cartas a esta hora. ¿Quién te manda a andarte metiendo en mis sueños?

Te extraño fart; la escuela no es la misma sin ti. La semana pasada la prefecta pasó a dar un aviso y, cada que hacía una pausa, me sentía tentada a gritar: “ah, si chismosa”, pero no quise robarme tu frase.

Me estoy volviendo igual de burlona que tú; el otro día le hice a Daniela el estornudo: “sonsa” y se enojó. Pero bueno, últimamente anda muy rara, se siente de cualquier cosa y ya casi no platicamos. También Carolina y Valeria andan de raras, pero la que más me importa es mi Dani; ni siquiera me ha dicho nada del viaje de generación y era la más entusiasmada.

¿Sabes fart? Creo que ya no voy a dormir; en menos de una hora tengo que irme a la escuela. Ojalá vayas hoy para que pueda darte la carta. Te cuento de una vez, antes de que te cuente Daniela y lo usen para burlarse de mí, que van más de seis veces que zapeo a algún desconocido creyendo que eres tú; la primera vez me puse bien roja y no pude decir nada, me tuvo que salvar Daniela, y apenas y se aguantaba la risa; las otras veces sólo dije: “Ah, disculpa, te confundí con otra persona”, y me fui bien rápido. A Daniela como que ya no le hizo tanta gracia, creo que piensa que lo hago a propósito. Ya ves, te digo que anda rarísima. Cada que te menciono me mira muy feo y cambia de tema bien rápido. ¿Están peleados? Espero que no; porque sabes que para mí sería muy raro que mi novio y mi mejor amiga no se llevaran bien. Bueno, no creo que esté enojada contigo, más bien debe estar pasando por una crisis o algo así. El otro día le escribí una grosería en su tenis y se puso a llorar; no dejaba de repetir que tú hacías siempre ese tipo de cosas. Pero no lo decía molesta, más bien se veía triste. Yo creo que Daniela te extraña mucho, recuerda que una vez nos dijo que nosotros somos los mejores amigos que ha tenido.

Yo también te extraño demasiado niño, aunque no lo demuestre tanto; pero debo confesarte que me estoy cansando de esperar verte en los pasillos de la escuela; a veces creo escuchar tu voz y cuando volteo no hay nadie.

Creo que yo también tengo una crisis como la de Daniela. Estas seis semanas me he sentido muy extraña. Mis amigas están demasiado raras, la escuela, mis papás; desde que dejaste de venir todo se ve diferente; estoy segura de que no soy sólo yo, es algo más; es como si me mirara desde lejos. Siento que todo mi entorno, el salón, los maestros, fueran una escenografía y yo estuviera parada en medio, esperando a que me saquen del set porque no tengo papel en la obra.

Mi lugar está contigo niño; sin ti siento que diario es domingo, y sabes cómo odio ese día, provoca un aburrimiento muy extraño, como si nada estuviera en su lugar. Es más como si las cosas estuvieran siempre fuera de lugar pero sólo lo percibieras ese día; sabes a qué me refiero, hablamos de eso la última vez que nos vimos; como lo que me contaste que sentiste cuando Fando y Liz cantaban “Qué bonito es un entierro”.

Tengo mucho frío; a estas horas baja mucho la temperatura. ¿Recuerdas el día que nos hicimos novios? Hacía todavía más frío que ahorita y mi disfraz de halloween no era nada abrigador. Esa noche supe que llevaba mucho tiempo enamorada de ti, pero no quería darme cuenta. Nos llevábamos muy bien como amigos y no quería que eso cambiara. Recuerdo que estuvimos abrazados sin decir nada casi una hora, y cuando me di cuenta tenía la cara llena de lágrimas. Llevaba mucho tiempo sin sentirme tan bien.

¡Deberías estar aquí para abrazarme! Tendrías que estar aqui... tal vez lo estés, y sea tu presencia la que me mantenga despierta, pero no es suficiente; necesito tu calor como esa noche, necesito sentir tu corazón latir en mi pecho, tus manos recorriendo mi espalda; el lento avance de un beso capaz de detener al mundo. Ya no quiero llorar, pero no sé cómo parar; no quiero que mis papás me escuchen y se asusten. Todos estos días ha sido lo mismo. Vuelve por favor. Ya no quiero fingir que no siento nada, que la vida sigue y que no me haces falta; cada madrugada es como digerir vidrios.

No dejo de pensar en ese viernes; la última vez que nos vimos. Toda una semana peleados. ¡Qué idiota! Sabías que moría de ganas de reconciliarme igual que tú, pero seguías de payaso aunque yo tuviera la razón. De no ser por Daniela seguiríamos peleados hoy. Tal vez ella presentía lo que pasaría después, pero ahora ya no importa. ¡Si hubieras visto la cara que hiciste cuando ibas a pedir perdón! Ya ni me dijiste nada, pero no hacía falta; tenía mucho tiempo que no me reía como ese día. Quisiera conservar eso como el último recuerdo, y no el de la llamada de tu mamá en la madrugada.

No puedo aceptar que no fue un sueño. Recuerdo tus ojos puestos en mí cuando entré a tu cuarto, pero no me veían, ya no podían verme; y así me envolvió su oscuridad. Ibas a levantarte, sentí que ibas a levantarte. En ese momento, y cuando estabas en el féretro, y mientras cubrían tu caja de tierra y yo esperaba que me abrazaras por detrás y preguntaras qué estaba sucediendo. Y aún espero que mañana una bola de papel babeado me despierte a media clase, mientras escucho la voz del prefecto diciéndote que ya no estás en la primaria y que esa no es manera de tratar a una niña.

miércoles, 29 de septiembre de 2010

ARBEIT MACHT FREI

Lo he visto regresar todas las tardes, cansado. Lo he visto renegar, y soportar un día tras otro, un día que es un sólo día y el mismo, repitiéndose ocho horas, ocho días, ocho meses, ocho tras ocho tras ocho; y así hasta que termina y se vuelve a comenzar. Lo he visto morir, despertar, y saberse en un sueño donde sueña que sueña, que sueña, que sueña; y así otras ocho veces más. Me he visto sumergido en su mirada perdida, vacía, hastiada, que espera un final incapaz de llegar; un final que no es final sino principio de lo mismo.

Levantarse cada mañana la misma mañana, la misma mañana del mismo día que regresa y se repite, siempre igual. Siempre este maldito día, siempre este maldito sol y esta maldita vida en la que ya no pasa nada, nada más que el día que avanza inmutable. Abrir los ojos, soportar un suspiro masoquista en que su mente lo remonta a algún momento en el que creyó ser alguien, y partir al mecanismo que lo (real)izó. Lo veo a diario cumplir con su jornada, convertirse en un engrane, suprimirse, ser la máquina; ser uno y todo con ella, atrapado en un mecanismo infranqueable; dejando de ser para ser.



Pero mientras tantos intentan escapar, soñando con paisajes, cerveza y mujeres de una noche; él observa el acceso a ese mísero rincón que se empecina en llamar hogar, y un suspiro abre una brecha entre la frase del portón y la verdad. Terrible realidad, descubrir que la frase no es sarcasmo, el sarcasmo es la vida; la máquina es absoluta, como lo es el día a día; no existe una salida que me lleve a otro lugar; todos los caminos son el mismo camino; jamás me convertí en engrane porque lo he sido siempre, atrapado entre el deseo y la realidad; todos mis impulsos son impulsos de la máquina; todas mis acciones, meditadas o no, son un pulso del mecanismo infinito; no existe escapatoria; la muerte no es sino un giro más. Haga lo que haga no me puedo liberar, más que de mí; sólo fuera de mí soy libre; sólo suprimiéndome puedo suprimir el universo y reinventarme en la nada; sólo al sumergirme en el hastío de la monotonía hasta desaparecer mi voluntad, y romper las barreras de los sueños que me atan y me sujetan contra la realidad; sólo así seré libre de verdad. -El trabajo libera-.

lunes, 23 de agosto de 2010

EL BARCO QUE VOLÓ

INTRODUCCIÓN:

Hace tiempo escuché que las historias deben comenzar por el principio. ¿Dónde se supone que deba estar ubicado eso de “el principio”? No tengo la más remota idea, pero nunca antes me había importado. Eso de escribir siempre me pareció cosa de ñoños aburridos, de esos que no tienen una pizca de vida social. Si, lo sé; se puede pensar que para eso mismo fui creado, pero siempre me sentí diferente. Me veía arrojando papeles mojados a los nerds, o chorreando tinta sobre apuntes importantes. El vandalismo era mi sueño, y lo seguiría siendo el día de hoy, de no ser por ese susurro, casi imperceptible, que noté en mi oído hace algunos meses.

    Al principio no lo creí importante; daño en el tímpano causado por el iPod, una gripe mal cuidada, ¿yo que sé? Pensé otras mil razones relacionadas con daño físico, pero no fue ninguna de ellas. Algo más simple y a la vez más complicado. Mientras pasaron los días el sonido se hizo más fuerte, más fuerte y más desesperante. Al borde de la locura, comencé a distinguir ciertas palabras. Traté de tranquilizarme y poner atención; así fue como la conocí.

    Nunca supe de dónde salió, o por qué vino a mí. Ni siquiera tuvo la delicadeza de darme su nombre. Yo decidí nombrarla “Historia”. El nombre más adecuado debió ser “cuento”, pero si existen personas que bautizan a sus hijos con nombres tan prominentes como Aquiles, Napoleón o Héctor. ¿Por qué no puedo hacer otro tanto?

    Platicando con ella comenzó a tomar forma. De ser ruido brincó al papel. Letra por letra me vi desarrollándola hasta volverla algo fuera de lo común, o al menos así me pareció. Resulta cruel la lente de ingenuidad con la que vemos nuestra primera obra desarrollarse. Vemos brillar como oro ese pedazo de mierda, y nos cuesta trabajo pensar, después de un tiempo, que tanto pujar no logró más que eso. Un barco maloliente que flota en la taza.

    Me disculpo por mi jerga vulgar, pero cuando uno habla desde el corazón, sin pretensiones, no puede evitar el vocabulario que le ha sido común toda la vida.

    Después de unos meses terminé de escribirla, y no exagero al decir que era el montón de hojas más hermoso que haya visto en toda mi existencia. Al final me vi obligado a rebautizarla, pues las historias no van por el mundo respondiendo al nombre de “historia”, no son personajes de Pokemón; llevan consigo segundo nombre, apellidos; características éstas, que les otorgan identidad. Yo me tomé la libertad de llamarla: El barco que voló. Este nombre, puede notarse a todas luces que expresa porte y distinción. La reacción del oído al escucharlo es de un embelesamiento inmediato; sin embargo, a mi historia pareció no agradarle mucho. A mi me agradó tanto que, al notar su gesto repulsivo, lo adjudiqué a un problema estomacal, pero desde ese momento nuestra relación no volvió a ser la misma.

    Se formó una barrera entre los dos, nudo tras nudo de momentos incómodos. Dejé pasar unos meses, pero la tensión no disminuía, así que me cansé de su actitud y la enfrenté. Qué ocurre? ...le dije. Qué es lo que pasa contigo que desde que te terminé no eres la misma? ...se quedo pensando un buen rato, talvez unos segundos, qué sé yo? Juraría que fue una eternidad. Cuando creí que no podría soportar ignorar lo que pasaba por su cabeza, dijo. De verdad no puedes darte cuenta? ...esa pregunta me impactó, pues más que una pregunta me pareció una acusación. Así que de momento, sólo pude contestar lo que mis gestos y expresiones revelaban de antemano. Cuenta de qué? ...con una mirada iracunda dijo. Cómo es posible que habiendo leído tanto puedas haber creado un remedo de cuento lastimoso e inservible como yo? Existen muchos escritores malos, pero hasta ellos, la mayoría de las veces, saben ser críticos. No grandes críticos, pero críticos al fin y al cabo. Es normal que en un principio uno pueda pensar que su obra es buena, porque la ve como una madre a su hijo, pero tarde o temprano acaba reconociendo cuando algo es malo en realidad. No sólo me hiciste como una historia pésima, carente de sentido y sin argumentación digna de ser leída. Además te das el lujo de alabarme y enaltecerme como si fuera el mismísimo Quijote. Cuando lo hiciste a solas pude soportarlo, lo adjudiqué a una especie de demencia senil, con eso de que dejas tinta regada por cualquier lado a causa de tu incontinencia. Pero el hecho de que me presumieras con tus amigos fue la gota que derramó el vaso. Ya no sólo fuiste tú el humillado, pues desde ese instante me volví el objeto de burla de tus amistades. Me arrastraste a tu ruina. ...no puedo contarles todo su discurso, aunque quisiera, pues al escuchar tantas necedades di la vuelta y me dirigí a mi habitación. Tomé su arranque de ira como una de esas crisis mensuales que sufren las pubertas.

    Al otro día me levanté hasta tarde. Por lo regular salgo a dar un paseo al despertar, pero no pude hacerlo aquella vez. El impacto de ver mi hogar hecho un caos me impidió continuar mi rutina. Consternado observaba los muebles mutilados, la basura alfombrando la cocina, mis apuntes sobre los orines del perro. ¡Yo ni siquiera tenía perro! Y la tierra de las macetas regada por los sillones y el comedor. De inmediato me invadió el coraje que hubiera dominado a cualquiera en mi lugar. ¡Esta pendeja hizo su desmadre y ni siquiera fue para invitarme! ...herido en mi orgullo, que goza de beber a pesar de cualquier situación, busqué a la parrandera abusiva para reclamarle. Después de haber pasado más de dos horas removiendo hasta el último rincón de la casa, me harté de buscarla y di por hecho que había salido. La muy descarada tenía que limpiar, yo no iba a permitir esos excesos de confianza en mi casa.

    Dejé pasar el tiempo en lo que regresaba y comencé a notar ciertas anomalías; ella nunca antes había hecho una fiesta, siempre limpiaba cuando yo hacía las mías, no había vomito en ningún lado, ni siquiera botellas de alcohol. Analicé todo mi entorno; no parecía el escenario de una fiesta, pero a todas luces había marcas de violencia. En segundos pasé del rencor al pánico. ¿Qué había ocurrido en mi casa y por qué no aparecía mi historia? De inmediato desfilaron ante mí los capítulos de la tercera temporada de “La ley y el orden”. Secuestros, violación, asesinato; me dominó por completo el terror, pero tuve que aceptarlo, todo estaba muy claro. Esperé durante todo el día sumido en la incertidumbre; ella no regresó.

    Al otro día, más por inercia que por hambre, abrí la alacena para sacar el cereal “Inks”. Debajo de la caja de cereal encontré una nota que decía lo siguiente:




Me lastimaste. Espero te guste la nueva decoración. Si no, que mejor. No es nada comparado con el caos que has creado en mi corazón. Me voy porque no me entiendes, y porque yo tampoco me entiendo. Me gusta pensar que en alguna parte del mundo encontraré algo que me haga cambiar de opinión, pero muy dentro sé que sólo me voy para atrasar un inminente suicidio. Cuídate! Te lo pido con el corazón, como se le pide a un actor de teatro que se rompa una pierna al salir al escenario.

Siempre estarás en mi mente. No por gusto, sólo por esa tendencia al masoquismo y a la autocompasión que tenemos los seres que habitamos este planeta.



          Tuya hasta que consiga corrector:







                                          “El barco que voló”


De nuevo regresó mi rabia. No podía creer que los raptores, no contentos con arrebatarme lo más preciado que tenía, tuvieran el descaro de realizar una nota falsa, con el único fin de hacerme creer que la historia que creé y mantuve hasta entonces, estaba en mi contra. ¿Cómo puede existir gente tan enferma?

    Suelo tomar las cosas a la ligera, pero encontrarme en tal situación cambió por completo mi actitud. Los primeros días junté fuerzas suficientes para ir a denunciar el rapto, pero no me pareció que los policías me tomaran en serio. Al sentir cómo el mundo me daba la espalda, comencé a dormir más de 12 horas diarias. Tan sólo me levantaba para encender la televisión. Cada cosa que veía en los noticieros me la recordaba. Un loco ganando el Nóbel de literatura por escribir un poema acerca del excremento, un fulano demandado por hacer un texto basado en la vida personal de una ex-novia, un extraño barco alado sobrevolando diferentes partes del mundo, varios policías que sufrieron alucinaciones semanas atrás en las que vieron útiles escolares moverse por voluntad propia; pero lo más deprimente no fueron las noticias, fue el hecho de que ni un solo instante dejé de pensar en ella.

domingo, 22 de agosto de 2010

tradurre è tradire

-pero, ¿si el lenguaje no es más que una traducción del alma?


-hablamos para apuñalarnos por la espalda.

domingo, 15 de agosto de 2010

Erika Ordoñez

No sólo me gustaba, me extasiaba. Ni todos los atardeceres, ni todas las lunas llenas, ni todos los helados de galleta que haya probado en mi vida podrían compararse con el impacto que me causaba su belleza. Nada estrictamente sensual, porque no puede haber nada sensual a esa edad; por lo menos en el sentido estricto del término. Eran simplemente esas “mariposas en el estómago”; comparación trillada e insuficiente; no basta para dar una idea, alejada millones de años luz, de lo que se siente ver a la niña que te gusta; pero todos somos humanos, basta decirlo y ya para que uno lo entienda; de la manera más sencilla posible, me volvía loco; como a cualquier niño lo volvería loco a esa edad ver a la primera niña que le robara el corazón.



Cintura de avispa, cadera despampanante; nada de eso entra aqui; todo el deseo de un adolescente cae en lo vulgar; tan sólo la sonrisa de un ángel.



Durante años desperté con el único objetivo de verla pasar; Erika cruzando el salón hasta llegar a su lugar; sonriendo a las trivialidades de sus amigas, a los comentarios halagüeños del profesor, a la vida; a esa sencilla vida sin objeto ni propósito, pero por eso mismo más pura, de una niña de siete años. Y para mí era hacerme polvo a diario, flotar y desplazar todas y cada una de mis partículas por los confines del salón hasta rodearla toda, hasta llenarme por completo de su aroma y su sonrisa, de sus ojos desbordantes de alegría.



Al verla volaba, de verdad volaba; con la ligereza de un niño de seis años que imagina qué es la vida, con la ligereza de alguien a quien no le importan las leyes de la física. Porque sólo a esa edad uno es capaz de volar, sólo a esa edad uno ignora los conceptos; sólo a esa edad uno entiende que es verdad que Dios exista en los ojos de una niña, que la dicha no sea más que el sonido de su risa; que la vida se resuma en soñar con verla, día tras día.

jueves, 5 de agosto de 2010

Complicaciones frente al teclado.

¿Es complicado escribir sintiéndose vacío? En realidad no. Simplemente es complicado escribir. Es complicado encontrar una razón, un pretexto, un argumento y un objeto. Es complicado inventar o robar una historia, es complicado plasmarla, es complicado tratar de decir algo más allá de las palabras, como debe decirse todo en la escritura, como es una buena narración. Es complicado tomar un barco con alas y zarpar a las estrellas. A veces se desconoce su puerto, a veces se le tiene enfrente y simplemente nos aterra. El mundo como un océano infinito de posibilidades que se precipitan y nos cubren, hasta matarnos de asfixia. Es complicado descubrir que aquellas voces que te han ido acompañando no son más que el eco de tus propias necedades; pero esto ya no es de escritura, sino de una vida que del todo adolece de literatura. ¿Cómo transmitir vida cuando se carece de ella? ¿Cómo y para qué? ¿Qué sentido tienen las palabras? ¿Qué sentido tiene la inmortalidad del sin sentido? ¿Qué sentido tiene querer ser un eco rebotando en las nadas presentes y futuras de esta absurda involución?